Hay derecho a preguntarse si existe muerte más horrible que la que consiste en privar a un pueblo de su identidad.

...el peso y el volumen de los desechos aumentan según la jerarquía ascendente de las clases sociales; los desperdicios se acumulan en las periferias; no es raro ver viviendas marginales levantándose en medio de montones de inmundicias.

Para algunos, no puede haber amor verdadero sin la muerte; tal es el tema romántico por excelencia, el de Tristán e Isolda, el de Romeo y Julieta, el de Filemón y Baucis, el de los amantes de Mayerling.

Por una curiosa paradoja, el hombre, este animal que ha sublimado y trascendido magníficamente la muerte, es el que masacra con el más perfecto refinamiento y la más cruel despreocupación a las especies vivientes y a la suya propia.

Matar al otro es hacerle morir en nuestro lugar. Tal es la dura (y absurda) ley de la guerra. -¡Es él o soy yo!-. Entonces, más vale que sea él.

Los progresos de las ciencias y de las técnicas, el desarrollo del espíritu crítico, la expansión del espíritu individualista y competitivo impuesto por un mundo donde la rentabilidad y el beneficio reemplazan a los antiguos valores, dejan solo al individuo. La salvación, si existe, no puede estar sino en él, así como la muerte es su muerte, que deberá afrontar sin la ayuda de Dios.

Yo sé que el hombre es capaz de trascender en ciertos momentos el espacio y el tiempo, y a veces el espacio y el tiempo juntos y que es verdaderamente un ser espiritual capaz de desafiar la muerte.

El hombre, si conoce mejor la muerte, no se desvelará más por huir de ella u ocultarla. Apreciará mejor la vida; la respetará antes que nada en los otros.

...la persona que fallece puede esperar sobrevivir en la memoria de los que aún quedan con vida, y en todo caso mantenerse parcialmente en el patrimonio genético que lega a su descendencia.