Quiero la compañía de un hombre que simpatice conmigo, cuyos ojos contesten a los míos.

Si ningún hombre permitiese que ambición alguna se interpusiera en la tranquilidad de sus afectos domésticos, Grecia no hubiese sido esclavizada, Cesar habría conservado su país, América seria descubierta mas gradualmente y los imperios de México y el Perú no habrían sido destruidos.

Su simpatía me arrastro fácilmente a hablarle con el lenguaje del corazón, a revelarle el calor abrazador de mi alma y a decirle, con todo el fervor que me animaba, lo gustoso con que sacrificaría fortuna, existencia, hasta esperanza, en aras de mi afán.

Nuestras almas están formadas de muy extraña manera y nuestras vidas penden solo de leves lazos, cuya rotura puede arrojarlas a la prosperidad o a la ruina. Cuando miro hacia atrás me parece que ese cambio casi milagroso en mis inclinaciones y en mi voluntad fue obra directa de mi ángel guardián, el último esfuerzo del espíritu de conservación para alejarme de la tormenta que ya se cernía sobre mí, dispuesta a envolverme.

En mi alegría arrime una mano a las llamas, pero tuve que retirarla rápidamente con un grito de dolor ¡Que extraño me resulto que la misma causa produjera efectos tan opuestos!