No dispongo de los precios exactos de las mesitas para los stands del Salón del Cómic de Barcelona, pero excedían con creces lo que costaría contratar a dos autores de cómics de éxito moderado para que se agachasen y sujetasen una tabla de madera con la espalda durante los cuatro días que duraba el evento.

La literatura es un coñazo, prefiero quedarme en casa leyendo.

Si algún día me encontrase en una disyuntiva entre salvar de un incendio todos los cuadros de la Fundación Antoni Tapies o salvar una página de un tebeo del Makinavaja, no tendría muchas dudas.

El derecho a reírnos de lo que nos dé la gana debería ganar al derecho a que nadie se ría de uno o de las cosas que a uno le importan. No se trata sólo de defender la libertad de expresión, se trata también de reivindicar la libertad de cachondeo.

Una vez hubo un poco de follón virtual porque hice un chiste sobre la ETA. Corría el año 2013 y la banda terrorista ya había dejado de cometer atentados, o al menos llevaba mucho más tiempo sin matar a nadie que los Mossos d’Esquadra.