Dejó de cantar y, en silencio, hizo lo que tenía que hacer para darles vida. Esta vez usó más sangre. Casi se desmaya por la cantidad que exprimió de sus venas, pero era necesario. Ahora, la cicatriz en sus cuellos tomó la forma de una estrella. Finalmente, los niños abrieron los ojos. Afuera se escuchó un trueno. Comenzó a llover.
-Enrique Urbina
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