Ya los aplanados no suscitaban atención, aunque seguían pasando. Tampoco parecían tan peligrosos como al principio., pero no es que hubieran dejado de ser peligrosos, ni que fuera irreal la cita de acero en sus cinturas, ni que no fuera envenenada la mirada de medio lado, ni despectiva la escupida de través, por el colmillo. Era que nos íbamos acostumbrando a ese peligro. Y la costumbre del peligro lo amansa. Eso pasa con las cosas que persisten: se acaba por no temerlas.
-Mario Escobar Velásquez
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