El muchacho le explicó, como pronunciando un sermón, que el mundo de los hombres era vil y estaba lleno de mentiras. En él, solo el arte conducía a la vida verdadera y eterna, y él mismo era grande porque sabía lo que se encontraba más allá de las puertas del arte. La muchacha no podía dudar de la nobleza de sus palabras.
-Jun'ichirō Tanizaki
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