Pase lo que pase —le dijo—, quiero daros las gracias. El capitán ladeó la cabeza. —¿Por qué? A Celaena se le saltaban las lágrimas, pero lo atribuyó al fuerte viento y parpadeó para contenerlas. —Por haber dado sentido a mi libertad. Él no respondió. Se limitó a estrecharle los dedos con la mano derecha y a dejarlos allí, mientras le acariciaba el anillo con el pulgar.
-Sarah J. Maas
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