Nuestra casa era una prodigiosa zarza ardiente que lamía los troncos de los árboles y avanzaba como una legión por el huerto. Supe que el sonido de esa crepitación descomunal era el de todos los esqueletos que me habían atormentado. Las calaveras de los abedules, las de nuestros padres y ahora la de tía Anita.
-Giovanna Rivero
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