Los pesados bombarderos rusos pasaban por encima de las casas con un sonido de trueno y soltaban sus proyectiles al azar, buscando al enemigo que jugaba a las escondidas con ellos. En éste juego macabro de gallina ciega, éramos nosotros los que estábamos vendados. Con los ojos cerrados, la cara escondida entre las manos, acechábamos el paso de los aviones y nuestros dedos temblorosos palpaban ansiosamente lo muros chorreantes.
-Christine Arnothy
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