—Entonces, ¿no hay esperanza? —susurró Carlisle. La voz no delataba miedo alguno, sólo resolución y resignación. —Siempre hay esperanza —contesté en voz baja. Eso podría ser verdad, dije para mis adentros—. Sólo conozco mi propio destino. Edward me tomó de la mano, sabedor de que estaba incluido en él. No hacía falta precisar que me refería a los dos cuando hablaba de «mi destino». Nosotros eramos dos partes de un todo. • Argucias, pág. 788
-Stephenie Meyer
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