—¿Puedo ayudarle en algo más, padre? —preguntó solícita con los ojos bañados en lágrimas.—Sí, hija, sí. Descansa durante la tarde. No puedes permitirte el lujo de llorar por un difunto.—Lo haré, padre —respondió con media sonrisa y, a continuación, arqueó con suavidad las puntas de los pies sobre sus talones para avanzar con los libros hacia la habitación del general. Luego, en soledad, dejó de sonreír. Y lloró. Lloró por su difunto.
-Jordi Balaguer
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