Era yo pues bien miserable; que por fuerza lo es el alma que vive presa en la amistad de las cosas mortales y se desgarra cuando las pierde. Lloraba con inmensa amargura, pero en la amargura misma encontraba descanso. Y tan miserable era, que más aún que a mi dilecto amigo muerto amaba yo mi propia mísera vida; pues aunque hubiera querido cambiar la condición de mi vida, no quería perderla como lo perdí a él. Ni siquiera sé si de veras estaba dispuesto a perderla por él.
-Augustine of Hippo
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