Dichoso el que te ama a ti, y a su amigo en ti, y a su enemigo en ti; pues el único que no pierde a sus seres queridos es el que los quiere y los tiene en Aquel que no se pierde. ¡Oh Dios de las virtudes, conviértenos a ti, muéstranos tu rostro, y seremos salvos! (Sal 79,4) Porque adondequiera que se vuelva el alma del hombre fuera de ti, queda inmóvil en el dolor, aunque se detenga en cosas bellas fuera de ti y fuera de él mismo, cosas que sin ti nada serían.

-Augustine of Hippo

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