Y así, con parsimonia de estalactita, el ser confeccionó el caballete de una delicada osamenta que enseguida quedó encapotada por un ondulante manto de carne, nervios y tendones. Tras el enrejado del esternón asomaron entonces los esponjosos pulmones que lanzaron a través de la cerbatana de la tráquea recién colocada un reguero de vaho, anegando la urna con la tibia novedad de una respiración.
-Félix J. Palma
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