Ella miró la luna y siguió cantando en una voz entregada. Mientras lo hacía, yo me transporté a otro mundo, en el que los chicos eran amables, nadie me señalaba jamás y en el que todos bailábamos y nos quedábamos despiertos hasta tarde contándonos historias, tomando chocolate caliente con malvaviscos y viviendo en un invernadero con amigos únicos.
-David Arnold
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