Francisco estaba sumergido en la sustancia absoluta e inmutable de Dios. Dios no estaba con Francisco, era con Francisco. Dios lo ocupaba todo, lo llenaba todo. Y, en Dios, no había para Francisco lejos, cerca, allá, acá. El hermano se había elevado por encima del tiempo y el espacio: habían desaparecido las distancias, y Francisco comenzó a sentirse como el hijo de la inmensidad.
-Ignacio Larrañaga
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