—Por favor. ¿Podrían limpiarle los ojos?—A la mierda sus ojos.—Inclínate un poco, Jesse.Le lamí la sangre de los ojos. Tardé mucho rato; la sangre estaba espesa y reseca, pegada en las pestañas. Tenía que escupirla a cada momento. Con el cerco rojizo, sus ojos despedían un destello ambarino.—Eh, Maggie, a ver esa sonrisa.(Del cuento A ver esa sonrisa)
-Lucia Berlin
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