La única mortal que tenía la potestad para tocar aquella cerradura era yo, porque quien la había cerrado con llave me creía más a mí que al propio Creador, y yo misma me creía Dios en aquel instante fatal, un Dios prudente, bondadoso y justo. Nos hemos equivocado ambas; ella, que depositó toda su confianza en mí, y yo, que pequé de vanidad. De todas formas da igual, porque lo pasado, pasado está, y ya no tiene arreglo.
-Magda Szabó
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