La suerte de un director de periódico dependía en España de todo, menos de lo bien o mal que hiciera su trabajo.

En otros oficios existe rivalidad: en un diario es depredación y supervivencia.

Llevaba cinco meses como director y sentía que había envejecido cinco años.

El periodismo espectáculo y de trabuco, los sobresueldos, los periodistas anuncio, las prebendas institucionalizadas o la rendición frente al poder de la prensa tradicional, atrapada entre Los Acuerdos y la búsqueda de audiencias menos exigentes, habían llevado al oficio a su momento más bajo en democracia.

La derrota que el periodismo estaba viviendo frente al poder solo era posible con la connivencia y en ocasiones la participación directa de importantes aliados dentro de los medios.

¿Cuando había empezado a joderse el periodismo? Seguramente el día que los gestores empezaron a hacer de periodistas y los periodistas de gestores. Hacía ya un tiempo que había llegado a la conclusión de que en La Segunda no tenían la menor idea de lo que era una redacción, cómo funcionaban o cuáles eran sus necesidades. Y lo que era peor: estaban convencidos de saberlo.

No ganábamos nada si éramos los primeros en contar algo que después tuviéramos que desmentir.

Puedes hacer el mejor periódico del mundo y no habrá servido para nada.

En política el fuego más letal es siempre amigo.

Más que un periódico, parecíamos un ministerio.